Los ojitos entrecerrados, perdidos.
La cabecita que soporta un sombrero de piedra caliza, musgoso, terroso.
No tiene boca, no tiene nariz, solo un pedazo de piel sin uso
y una nube de cigarrillo que forma una aureola insignificante.
No es un santo, está medio muerto entre las hojas negriverdes y no se mueve,
le crecen unos frijolitos entre el sombrero, se llena de humedad.
No se aburre, no llora, no piensa.
Es un pobre montón que usamos como refugio en este invierno que prontó pasará:
lo dejaremos allí, sentado como lo encontramos, mojado e inexpresivo.
domingo, 4 de mayo de 2014
No, claro que no.
En este agujero lleno de tipos psicocazadores no van a permitirme morir en paz.
-¿Por qué quiere morirse?
-No sé, me aburro
-¿Qué cree que hay después de la muerte?
-¿Un casino?
-¿Me pregunta o me responde?
-¿Usted qué cree?
Ese juego del espejo; dicen que soy narcisista, obsesivo compulsivo, maniacodepresivo, ¿qué significará todo eso?
No es que no tenga nada que hacer con mi vida, no es que esté deprimido, no soy pobre, no estoy solo, no me he traumatizado.
Sólo quiero morirme, dejarme caer por ahí, tomarme cinco o seis frascos de pastillas y soñar hasta el último minuto. ¿Por qué?
-¿Dónde está su esposa?
-En la casa, llorando
-¿Y sus hijos?
-En la casa, llorando
-¿Y sus padres?
-En la casa, llorando
-¿Y su jefe?
-¿En su casa, comiendo?
-¿No le importa lo que todos ellos piensen?
-Ellos no existen
-¿Y quién llora por usted?
-¿La enfermera?
El tipo me mira y pone una sonrisa torcida en su cara agujereada.
Nadie viene a visitarme, porque hace mucho tiempo dejé de recibir visitas.
La esposa se fue con otro, los hijos están llamándole papá. La mamá, el papá lloran antes de acostarse, rezan un rosario por ese que está metido aquí.
-¿Ese no es usted?
Dije eso en voz alta
-Todo lo está diciendo en voz alta
-Ya no puedo pensar
-¿Ese no es usted?
-¿Le molesta si me echo a morir en el rincón?
-¿Espera morirse de aburrimiento?
-Ustedes no me darán permiso
Todos creen que estoy chiflado, el tipo ese me mira con todos sus ojos ciegos regados por la cara, debo estar pensando en voz alta otra vez. Esa torcida sonrisa inmunda me está sacando de casillas. Voy a cerrar los ojos, voy a imaginar que me muero de ceguera.
¡Madalena! Cuando te pido que cierres los ojos me refiero a todos ellos, no me estés mirando desde adentro.
¡Cerrá los ojos, Madalena, pensá! Todos esos tus ojos son hirientes y aburridos, ninguno brilla.
Toda tú, parpadeante, eres un triste ser. Toda ojos, cuando los cierras las imágenes hacen un silencio tan tenebroso que dejas de latir.
La inconsistencia de tu cuerpo es una carga en la memoria, tienes todo el horror del recuerdo clavado en mis ojos. Me sigues. Eres un ser mitológico entre terrible y atractivo. Eres el amor y el miedo.
¡Hablá, Madalena! Yo no voy a decir nada más.
Y tomaste tu voz y la dejaste aplastada contra mi espalda, te llenaste de ojos que me escarban, que me despedazan, ya no soy más que huesos carcomidos, soy la ceguera tambaleante, pordiosera.
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