Soy una de esas personas a las que no les importa su nombre.
Ha cambiado tantas veces y me han llamado de tantas formas que ya no importa, para mí, cuál es el de verdad.
Desde muy pequeña dejé de llamarme Pamela, así que nunca tuve tiempo de acostumbrarme a él. Era 'monito', 'la niña', 'pame', y solo Pamela cuando venía el regaño, así que está asociado -todavía- al miedo, a ser alguien malo, alguien equivocado.
Luego fui 'panela', 'aguapanela', 'Panelo Valencia', 'pamerlis'. Después encontré el mejor lugar para no ser, para seguir evadiendo mi nombre sin reparos: tuve un nombre que era, al tiempo, una flor, una reina, un asteroide, una canción y varias ninfas. También tuve un nombre en hindi que significaba 'sin límite' (nada más alejado de la verdad).
He sido frutas, medias mañanas, aves, especias, decenas de flores y postres, pero sigo sin nombre, sigo sin llamarme, sigo sin reconocerme en mi firma, sigo sin asociar el sonido o las letras con el reflejo en el espejo.
19 de abril del 2014
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