La casa del lago, blanca, nunca estuvo abierta, nunca era visitada y acercarse a ella causaba ahogo, frío.
Era húmeda y babosa, pero toda blanca. Sus ventanas llenas de musgo mostraban un mundillo oscuro y ondulante: no se podía saber si su azulverdegrís era solo un espejismo.
La casa del lago, y el lago descolorido, lechoso, inhospitalario, que perdía toda importancia enfrentado a la imponente casa.
El lago parecía temerle a la casa: cuando el viento soplaba en su dirección, el lago se estremecía, sus aguas impersonales temblaban y parecía oscurecerse. Cuando el viento soplaba desde la casa, el lago parecía crecer, blancuzco y triste, sobre un montón de piedrecitas azul y maticas insignificantes.
El camino resbaloso que los unía, del mismo color del lago, era un recuerdo del miedo viejo, del miedo triste que dominaba el lago.
Una tarde extrañamente calurosa el lago pareció despertar, el viento se quedó rondando la casa, el lago tomó el camino. El miedo de tantos años hinchó sus ganas y ataco la casa...
pero ella fue más fuerte en su mutismo, se tragó el lago cuando este abrió la puerta y se encerró hinchada mientras sus paredes flexibles se acomodaban, estirándose, a las nuevas ondulaciones.
16 de febrero del 2010
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